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  • Foto del escritorCentro Psicológico Loreto

La maraña de las emociones.



emociones

Septiembre.

Volvemos a nuestras vidas… “normales”. Las rutinas del día a día. Trabajar (o buscar trabajo). Reencontrarnos con amigos o compañeros. Volver a las aulas. Volver.

Pero lo hacemos tras un periodo de cierta desconexión (ojalá fuera completa). Se da por supuesto que hemos cargado las pilas. Nos planteamos pequeños cambios al darnos cuenta de las cosas que le faltan a nuestra vida: cursos de idiomas, dietas, gimnasio, hacer –en definitiva- cosas nuevas que nos llenen.

Y eso supone que nuestras emociones, durante unos días, están revolucionadas, buscando adaptarse. Y por ello nos podemos sentir desorientados, cansados, agitados, irascibles, impulsivos, eufóricos… No quisiera hablar de la crisis postvacacional. Prefiero que hablemos de que entramos en una época en la que no debemos darnos prisas, en la que debemos ser capaces de hacer un proceso gradual de readaptación, gestionando esas emociones.

¿Para qué sirven las emociones?, ¿Cómo nos afectan?, ¿Podemos aprender a controlarlas, educarlas?

Las emociones son el motor de nuestros actos. Sin la motivación necesaria o no logramos hacer lo que debemos o queremos… O si logramos ponernos a ello lo más normal es que en un breve espacio de tiempo nos rindamos, lo hagamos con desgana… Es por ello que una de las funciones de la emoción es la de prepara y activar el organismo para que lleve a cabo la tarea (conducta) que nos exige nuestro estilo de vida o aquella meta que nos proponemos alcanzar.

La cuestión es cómo nos afectan esas emociones. Hay que pensar que las emociones son fruto del diálogo interno que tenemos con nosotros mismos. Si la consecuencia de nuestro proceso reflexivo es una reacción negativa, la emoción que conlleva será de rechazo a la misma tarea. Un rechazo que, en determinadas situaciones, puede llegar a enfermarnos. Pongamos por ejemplo que tenemos que desplazarnos en coche a nuestro trabajo. Si por algún motivo sentimos que conducir nos pone en peligro, o que el tráfico es insoportable y parece que la gente conduce contra nosotros, o que si tenemos un accidente y no logramos salir del coche… quién sabe qué nos puede pasar…. Al principio, si no salimos de esos pensamientos negativos, nuestra emoción es de simple rechazo. Al no poder dejar el coche comenzamos a sentir una cierta angustia o estrés. Con el paso de las semanas todo nuestro cuerpo muestra aversión, se producen taquicardias, sudoraciones, molestias estomacales o intestinales y así estamos a un paso de un trastorno de ansiedad que, sin tratar, puede llegar a ser incapacitante. A ese temor, a esa angustia, a esas reacciones es a lo que se denomina amaxofobia (miedo irracional a conducir).

Y llegamos a la última pregunta. ¿Podemos aprender a controlarlas? ¿Podemos educar las emociones? La respuesta es SÍ. Debemos entender que lo que nos sucede es que los pensamientos irracionales, las creencias negativas producen lo que se llaman distorsiones cognitivas. Podríamos decir que son estas:

  • Pensamiento selectivo, es decir, prestamos atención a detalles de la situación y no al conjunto de la situación, normalmente a lo negativo (el agobio del tráfico, las noticias de accidentes) y dejando de lado lo positivo (la libertad que nos da conducir, la posibilidad de escuchar música…).

  • Pensamiento dicotómico, es decir, analizar las cosas como todo o nada, blanco o negro. Cuando la realidad suele ser un conjunto de términos medios en su mayor parte.

  • Inferencia arbitraria, es decir, sacar conclusiones que no se apoyan en los hechos reales. Como anticiparse a los hechos, “adivinar el futuro”, temer que vayan a pasar cosas malas (a veces como si la vida nos fuera a castigar) y sentir que eso va a suceder con mucha seguridad.

  • Sobregeneralización, sacar conclusiones generales de hechos aislados. Algo no nos sale bien… eso es que somos malos en ellos (se me ha roto un plato… porque soy un torpe, vamos que no valgo para nada).

  • Magnificación de lo negativo, verlo como mucho más grave y con más implicaciones de las que realmente tienen… y minimizando aquellas cosas positivas que nos pasan, que nos dicen.

Posiblemente todos hemos pasados por momentos de nuestra vida en los que hemos tenido este tipo de pensamientos. Normalmente al comentarlos con amigos, familia, compañeros acabamos analizándolos de una manera más sana. Normalizamos las dificultades. Comprendemos la realidad.

Lo malo es cuando estos pensamientos se enquistan. Cuando no nos libramos de ellos y se convierten en ideas negativas recurrentes, no logramos sacarlos de nuestra cabeza, nos asfixian. Ahí es cuando nuestra salud mental está en juego, arrastrando a la salud física –somatización- que suele ser la que presenta los primeros síntomas que nos llevan al médico y éste, si tiene suficiente experiencia, nos mandará al psicólogo o al psiquiatra.

César Benegas Bautista | Psicólogo Col. Nº M-22317

Centro Psicológico Loreto Charques

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