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V + C + C



psicoeducación

Pon límites mejorando la relación con tu hijo.

Cómo nos relacionamos con nuestros hijos es muy importante, tanto más en los momentos más críticos. Recordemos que nuestros hijos, cuanto más pequeños son, más ven el mundo a través de nuestros ojos. Si miramos al mundo con cara de terror, el mundo será terrorífico para ellos, si lo miramos con felicidad, se sentirán a salvo y seguros. Somos su principal fuente de “codificación de sucesos”. De la misma manera, si mis padres me miran, o me hablan, con ira, podría significar que soy “defectuoso”, si me miran con ternura, interiorizaré que soy valioso.

1. AUTOREGULACIÓN EMOCIONAL.

Un buen comienzo para intervenir con mi hijo es siempre comenzar gestionando mis propias emociones. No es necesario dedicarle mucho tiempo, y cuanto más se entrena, más rápido se consigue. Hay que recordar que somos modelo para nuestros hijos y es coherente con la educación que les damos, que si le estoy pidiendo que no grite, que se controle, que tenga paciencia…yo sea capaz de aportar ese modelo. Los niños reproducen todo lo que ven, y una imagen vale más que mil palabras.

Según mi nivel de intensidad emocional bastará con respirar un par de veces, o necesitaré irme a otra estancia un par de minutos. No es necesario estar plenamente calmado, aunque sería lo ideal, a veces no es posible. Con hacernos conscientes de la emoción que en este momento predomina en nosotros (rabia, frustración, impotencia, indefensión, vulnerabilidad) y tenerla en cuenta para que no se nos vaya de las manos, puede ser más que suficiente. Si no se me da bien gestionar mis emociones, hay muchos ejercicios y prácticas que ayudan a ello: técnicas de relajación, meditación, mindfulness, yoga por poner algunos ejemplos. Cualquiera puede ser buena para practicar mi autogestión emocional.

2. VALIDACIÓN EMOCIONAL.

Consiste en hacer comprender a mi hijo que la emoción que experimenta es buena. Validando su emoción, le estamos validando a él mismo, le aceptamos como persona, es su conducta concreta, en ese momento, lo que no es aceptable, o no nos gusta. Un error en el que caen muchos niños es que interiorizan cuando les regañamos que sus conductas son malas, por lo tanto, el sentimiento, que es lo que les ha llevado a actuar así también es malo, y finalmente, acaba interiorizando que él, como persona, es malo. Para que les llegue nuestra aceptación, les mandaremos un mensaje empático, haciéndole sentir por añadidura, que es visto y que sintonizamos con él, con sus sentimientos, deseos y necesidades.

Para dar este mensaje le explicaremos por qué es aceptable el enfado, la vergüenza, la tristeza… que siente en ese momento, contextualizándolo con lo que le haya sucedido. Ejemplo: “Es natural que te sientas así, es natural estar triste cuando se pierde algo importante para nosotros”.

Para una intervención aún más completa, si tenemos tiempo y nos sentimos preparados, podemos introducir aquí psicoeducación emocional, de tal forma que vaya aprendiendo qué son las emociones, para qué sirven, y cómo actúan.

3. CONFRONTACIÓN CON LA CONDUCTA INADECUADA.

Como en toda intervención educativa, llega el momento de señalar a mi hijo cual es la parte que debe cambiar. El término confrontación tiene connotaciones un tanto “beligerantes”. Aquí me refiero simplemente a señalar al niño la conducta inadecuada, explicarle porqué no es correcta y sus consecuencias. Siempre es bueno utilizar un lenguaje positivo. Se aplicará un castigo ajustado a la conducta, si procede, aunque antes le ayudaremos a buscar otro tipo de conductas más adecuadas como explicaré a continuación.

4. BÚSQUEDA DE CONDUCTAS ALTERNATIVAS.

Para terminar, nos sentaremos con nuestro hijo para ayudarle a encontrar otro tipo de conductas más adecuadas a la situación. Es bueno que intentemos facilitar que sea él mismo quien llegue a conclusiones mediante preguntas. Siempre es más fácil que alguien actúe conforme a sus propias ideas y conclusiones, que por las indicaciones de otra persona. Cuanto más pequeño sea, más ayuda necesitará, e incluso es posible que seamos nosotros los que debamos aportarle la conducta adecuada. Esta parte es más importante de lo que parece. En muchas ocasiones la conducta inadecuada se ha producido por que el niño no tenía otro recurso que poner en marcha. Si es así, evitaremos la aplicación de un castigo, pues nos encontramos más ante un proceso de aprendizaje, que de la emisión de una conducta disruptiva de manera voluntaria.

Dentro del propio concepto de buscar conductas alternativas, puede ser un buen momento para enseñar y entrenar con mi hijo habilidades de gestión emocional, como forma de actuar ante ciertas situaciones.

Cada vez que nuestro hijo resuelva satisfactoriamente la situación, deberemos reconocérselo y felicitarle para que se consolide su nueva forma de enfrentarse a los problemas.

Con esta fórmula de intervención estamos también protegiendo o reparando el vínculo emocional (relación de apego) con nuestro hijo, pues estamos convirtiendo una potencial experiencia de regañina y sensación de rechazo, en una vivencia de sintonía emocional y trabajo en equipo en la que conseguimos que se sientan vistos, entendidos, valorados y apoyados por nosotros.

Javier Hernández Matas

Psicólogo Col. Nº M-20253

Centro Psicológico Loreto Charques

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