Centro Psicológico Loreto
Cómo el miedo y la ansiedad debilitan nuestras defensas.

Durante las últimas décadas se está empezando a comprender la poderosa relación entre mente y cuerpo.
¿Cómo afectan nuestros pensamientos a nuestras defensas? ¿Por qué tenemos una mayor predisposición a enfermar en situaciones de #miedo o #estrés?
El estrés se define como “un patrón de reacciones mentales y físicas específicas e inespecíficas de un individuo ante estímulos internos o externos que alteran el equilibrio, ponen a prueba o superan las capacidades de afrontamiento y requieren respuestas adaptativas.” (Zimbardo & Gerrig). Dicho de otra forma, es una percepción del individuo cuyo origen es la discrepancia entre las exigencias que debe cumplir y sus capacidades.
El estrés no siempre es perjudicial, ya que existen dos formas totalmente diferentes de él:
El eustrés o estrés positivo, considerado una influencia positiva que despierta la energía, refuerza la creatividad y puede desarrollar un enorme poder de motivación.
El distrés o estrés negativo, que es aquel tipo de estrés que nos sobrecarga, nos cansa y nos acaba enfermando.
El eustrés se corresponde generalmente con el estrés agudo, mientras que el distrés con el estrés crónico.
Los investigadores han sido capaces en los últimos años de descubrir algunos de los mecanismos bioquímicos entre los sistemas inmunitario, nervioso y endocrino.
La forma en que el estrés afecta al sistema inmunitario depende del tipo de estrés y de su duración. Es decir, tanto el estrés agudo como el crónico modifican el funcionamiento del sistema inmunitario o natural de defensas, pero de forma diferente.
En el estrés agudo: las defensas no específicas (sistema inmunitario innato) se refuerzan, pero las defensas específicas (sistema inmunitario adquirido) se reducen temporalmente.
En el estrés crónico: ambos tipos de defensas (inespecíficas y específicas) se resienten.
Actualmente y en sociedades modernas las situaciones de estrés agudo ya no tienen que ver con huir de los riesgos inminentes de la caza, sino que suelen ser circunstancias en las que nos sentimos bajo presión, cuando nos enfadamos o tenemos miedo. Por ejemplo, cuando tenemos que dar un charla en público, resolver tareas difíciles en el trabajo, problemas cotidianos o cuando nos exponemos a situaciones extremas.
En estos momentos de estrés puntual el cerebro señaliza a las glándulas suprarrenales a liberar más cortisol, lo que lleva al sistema inmunitario a:
Aumentar el número de fagocitos
Ralentizar la división de las células inmunitarias especializadas.
En resumen, el estrés agudo lleva a una estimulación, generalmente beneficiosa, del sistema inmunitario. Al contrario que el estrés agudo, el estrés crónico enferma, ya que debilita de forma continuada tanto al sistema inmunitario innato como adquirido, mermando la respuesta inmunitaria en su conjunto. Experiencias traumáticas, las exigencias excesivas en el trabajo, el desempleo, el cuidado de los familiares… pueden desencadenar una tensión permanente en la psique.
En casos de estrés crónico el nivel de cortisol en la sangre es permanentemente elevado. Esta hormona se acopla entonces a los receptores en la superficie de ciertos glóbulos blancos, que en consecuencia secretan menos interleucina-1-beta. Esta molécula mensajera normalmente:
Estimula la multiplicación de las células inmunitarias.
Aumenta la actividad de las células asesinas naturales.
Promueve la formación de anticuerpos especializados en ciertos patógenos.
Así pues, una disminución de la interleucina-1-beta reduce la eficacia del sistema inmunitario.
¿Por qué enfermamos más en situaciones de estrés crónico?
La bajada generalizada de las defensas conlleva que virus, bacterias y gérmenes se encuentren menos resistencia. No obstante, no se observa solo una mayor predisposición a infecciones agudas por agentes patógenos externos, sino también a aparición de brotes en enfermedades crónicas (neurodermatitis, artritis reumatoide, colitis ulcerosa…), resurgir de síntomas típicos de virus latentes (las ampollas labiales del herpes) y empeoramiento de las alergias. Además, el proceso de curación también puede verse prolongado por el estrés crónico (las heridas, por ejemplo, se curan más lentamente).
¿Qué podemos hacer contra el estrés crónico?
En cualquiera de los casos siempre se recomienda en primer lugar eliminar todo lo que se percibe como #estresante Si no puedes renunciar, aprende a gestionarlo de manera más eficaz. Otras ocasiones puede ser útil pedir ayuda.
El deporte regular moderado es un excelente remedio.
Ejercicios para el cuerpo y la mente, como el yoga, la meditación, la relajación.
Una alimentación sana y equilibrada.
Un descanso adecuado, tanto en horas como en calidad.
Mantener buenos hábitos en las relaciones sociales también tienen un efecto positivo sobre el sistema inmunitario. Gestionar de manera preventiva y asertivamente los conflictos diarios por ejemplo.
Sergio Algar Villa | Psicólogo Col. Nº M-22702
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